Salir de tu zona de confort tiene el peligro que cuando haces pop, ya no hay stop. Vayamos por partes: Soy un hombre peludo. No tanto como mi tío Miguel -“que la tierra le sea leve”-, que tenía pelos en la espalda y los hombros y le salían por el cuello de la camisa. Pero soy un hombre de los 70, donde el vello era una característica masculina atractiva y deseable. Como las patillas y los bigotes. Nos compadecíamos de las mujeres sufriendo por arrancarse pelos con cera hirviendo. Y resulta que sin darnos cuenta, nos colaron un rollo metrosexual a la generación detrás de la mía, la generación X o como se llamen. Y todos los hombres, bueno, aspirantes a HOMBRES, con menos pelo que el culo de un bebé. En el gimnasio al que voy, Rebook Málaga, se puede estimar la edad del personal masculino por su vello corporal.

Teniendo claro quien soy y de dónde vengo, estaba convencido que no me iba a quitar ni un pelo. Y a partir de aquí es donde empiezan a comerte la moral. Mis compañeros de pedales rotos, todos mayores que yo, incluso de una generación anterior, con sus patitas peladas. Mi primo Joaquín también sin pelo. Mi amigo David, runner experto, depilado a medias (eso es un tío listo).  Y yo siendo el único que llevo pelos en las piernas. Y empiezas a ver con extrañeza a los ciclistas que llevan pelo. Piensas, “este no coge mucho la bici”. Y te llevas un sobresalto cuando te ves en el espejo o en una foto. Pero ¿por qué se depilan los ciclistas?. Lo típico que dicen es que es por las heridillas o tal, pero en realidad creo que es un tema estético de copiar a los profesionales, que se depilan para que les puedan dar masajes a diario. Yo no quiero copiar a un profesional, pero me gustaría incluir algún masaje deportivo de vez en cuando, y empiezas a planteártelo. Por otra parte, también practico natación, donde el culo de un niño tiene demasiado pelo. Se supone que es por la mejora de deslizamiento, aunque en mi caso sería inapreciable. Lo que sí supone un cambio es a la hora de secarse, el pelo es un engorro. Y las sensaciones, son mejores sin pelo. Total, que como se trata de explorar nuevos territorios, me decidí a hacer una prueba de concepto. Nada definitivo. Sólo este veranito.

Iba  a usar mi cortadora de césped, pero opté por comprarme una cortadora de pelo que me servirá para retoques en la cabeza, y me he tirado al barro. Primero un rasurado en bruto y después un acabado con cuchilla. Fotico del proceso:

Las sensaciones son muy raras, pero rrrrraaaras. Por un lado, como de libertad y suavidad por quitarte una capa de pelo que lleva décadas contigo. Una sensación muy extraña, como si fueran de otra persona, de una mujer, me tocaba las piernas como si me hubieran crecido las tetas. Las comparaba con las de mi mujer, para su espanto. No hay peligro, esto no ha afectado a mi masculinidad, guapetón. Los dos primeros días muy extraños al verme en el espejo, aunque con sensaciones positivas. Pero lo peor estaba por llegar.

A los dos días, comencé a pinchar. Mi mujer quejándose. El pantalón me picaba. Y me empezaron a salir granitos. Como espinillas que picaban. Y que se iban haciendo grandes. Infectándose. Un desastre. Hasta he tenido que ir a por una crema antibiótica a la farmacia. Ya estoy mejor, gracias.

Conclusión: Tras una primera fase traumática que casi descarta que vuelva a hacer esto, me estoy empezando a habituar. ¿Adiós al Oso?. No lo sé, no lo tengo claro. Quizás el problema haya sido el método de depilación. Ya estoy mirando el láser de reojo. Quién me lo hubiera dicho, a mi edad, que un láser sirve para otras cosas distintas que iluminar la fibra óptica y hacer sables de Starwars…